
Reivindicando el Cine negro español. “MUERTE AL AMANECER” (1959). Josep Maria Forn.
En la España franquista se hizo cine negro y policíaco alejado de los cánones y líneas trazadas por el Régimen y la cinematografía consistentes en películas históricas o de folclóricas con que adormecer al público. Pero hubo muchas de este género que demuestran que, a pesar de no gozar de una potente industria, podemos presumir de que no sólo en EEUU o Francia se proyectaban historias sobre personajes marginales, los bajos fondos, miseria, el estraperlo, crimen, corrupción, o femmes fatales.
Nuestro país gozó de una edad dorada en los ’50 y principios de los ’60 en este género en la que se difundía la otra cara de la moneda de los valores religiosos o morales promulgados con el nacionalcatolicismo, tan opuestos a una sociedad sometida y ordenada por el miedo y la fuerza. El crimen, el engaño, los robos, atracos, asesinatos, elementos menos blancos de la sociedad, eran utilizados en el cine. Muchas veces como amenaza aleccionadora por parte de la censura, pero también había flecos que se le escapaba y ponían de relieve la injusticia social y aspectos de una negrura a denunciar. Nombro alguna que me gusta particularmente como “Surcos” (1951), por lo incómoda y áspera que es y la mezcla de cine negro con neorrealismo que rezuma. De este mismo director, Nieves Conde, destaco además “Los peces rojos” (1955), un film muy inquietante con un suspense de primera y “Todos somos necesarios” (1956). También me gusta mucho “Muerte de un ciclista” (1955), de Bardem, por su historia prohibida de adulterio y la investigación del accidente. Película que abrió nuestras fronteras.


Muerte de un ciclista (1955). Juan Antonio Bardem.
Pero, si hay una industria que fue muy fructífera en el género policíaco fue la catalana, cuyo centro neurálgico fue Barcelona, ciudad que refleja muy bien en sus barrios más pobres, locales y el puerto, el ambiente marginal para este tipo de historias oscuras y sórdidas. Y eso no pasó desapercibido para la película “Barrios bajos” (1937), de Pedro Puche. El inicio posee planos de distintas construcciones y barrios de clase alta, para contrastar con los barrios menos favorecidos y los antros donde se desarrolla esta historia, así como el puerto que se ve al final. Esta ciudad tampoco pasaría desapercibida para Julien Duvivier en “La grande relève” (La bandera, 1935), ciudad a la que llega Jean Gabin tras cometer un crimen en París y alistarse en la Legión. Podemos observar muy bien una atmósfera de exclusión social ambientada en el, durante muchos años, llamado “barrio chino”, con unas bailarinas de flamenco semidesnudas, prostitución, travestismo y crimen organizado. Los pioneros Julio Salvador e Ignacio Iquino con “Apartado de correos 1001” (1950) y “Brigada criminal” (1950), respectivamente, iniciaron un género nada desdeñable.

Barrios bajos (1937), de Pedro Puche.
Apartado de correos 1001 (1950). Julio Salvador.
Otros directores como Rovira i Beleta filmaron en Barcelona películas de este género como “Hay un camino a la derecha” (1953), donde su protagonista (Paco Rabal) que es despedido de marinero, se introduce en la delincuencia –también los exteriores son el muelle y el barrio chino– además de “Los atracadores” (1962). Hay otra que me gusta que es “A tiro limpio” (1963), de Pérez-Dolz, cine que refleja unos personajes activistas que crean una banda de atracadores y también no está exenta de denuncia social.
Tenemos otras muestras de cine negro español con Santillán y su “El ojo de cristal (1956), con una fotografía exquisita deudora del expresionismo alemán, o el mismo Forn con “Los culpables” (1962), protagonista de esta publicación, Ruiz-Castillo con “Culpables”, Jose María Forqué con “El juego de la verdad” (1963) y José Luis Borau con “Crimen de doble filo” (1965).
A tiro limpio (1963), de Francisco Pérez-Dolz.
El ojo de cristal (1956). Antonio santillán.
Aunque estas películas estaban sometidas a la censura y muchas debían ofrecer una imagen de la policía amable en los interrogatorios y con un afán de proteger a la sociedad, destilan crítica y denuncia política dentro de los límites que podían, pero obligados a ajusticiar o “matar” a estos subversivos con carácter ejemplarizante.
Películas con una marcada influencia del estilo del cine negro americano. Rodadas con mucho exterior, actores poco conocidos con personajes que intentan salir de la miseria y la falta de expectativas mediante la delincuencia. Adaptadas a la idiosincrasia del país, no tenía sentido que emularan a los grandes y míticos gánsteres, sino que eran sustituidos por historias de presos, republicanos, estraperlo, prestamistas y miseria postguerra civil.
Crimen de doble filo (1965). José Luis Borau.
Y llegamos a “Muerte al amanecer”. Me gusta ese evidente peso de cine negro de Hollywood, sobre todo en ese guiño con la música de Jazz mientras el protagonista (Antonio Vilar) escapa del coche de la policía que le lleva a un interrogatorio. Esa persecución con ese montaje tan dinámico, la iluminación de claros y sombras, las calles claustrofóbicas con luz de raíz expresionista, te conquistan. Y el comienzo con esa secuencia del coche policial por las carreteras de la costa catalana tan escarpadas y peligrosas tiene mucha fuerza, a través de esos planos subjetivos mareantes de los desfiladeros que denotan el estado trastornado de Virgilio, un hombre de clase alta que será investigado por el fallecimiento de su padrastro al que odiaba.
La investigación paralela del inspector de seguros (un genial José María Rodero) complementa este relato que casa muy bien la influencia americana con la realidad de la sociedad que viene de la guerra civil y que está anclada en la desigualdad de clases. Esa ambientación y narración de cine clásico policíaco con la mezcla de cierto costumbrismo y la crítica social genera un producto más que decente.
Antonio Vilar. Portugal.
José María Rodero.
Observamos un desfile de personajes con desesperanza y frustrados: el policía que por una lesión no se puede dedicar al fútbol profesionalmente y por el dolor de rodilla se le escapa en la persecución el interrogado; el rico soltero con neurosis y ausencias debidos a la guerra civil -única alusión negativa que dejaría la censura- que desprecia a su padrastro y vive en la opulencia, pero en la más absoluta soledad; y el inspector de seguros, que se sabe muy inteligente, pero su ambición por ascender en el trabajo e irse a trabajar a Ginebra le somete a un permanente estado de ansiedad y de demostración de su valía. El contraste del coche extranjero y la casa de Virgilio con sus grandes espacios, muebles orientales lujosos y un moderno tocadiscos, simbolizan lo que añora, mientras se ahoga en su triste pensión y una motocicleta.


Forn sabe describir muy bien la psicología de los actores principales, que confluirán en este relato de perdedores, de choque de clases, de una España sometida y ensombrecida por la situación política. Una película restaurada con una magnífica fotografía y una puesta en escena que vale la pena ver. Reivindiquemos el cine negro español.