VIDA EN SOMBRAS (1949), de Lorenzo Llobet Gràcia.
VIDA EN SOMBRAS (1949).
A quienes nos gusta coquetear con esto de la escritura en blogs –sin pretensiones más allá de difundir en ámbitos reducidos nuestras filias y algo de autocomplacencia, por qué no decirlo– de vez en cuando releemos algunos textos antiguos para actualizar y ampliar nuestro archivo digital. Y ocurre que, a fuerza de escribir con asiduidad y los años, vamos mejorando algo –que no se interprete esto como un insolente estado de enajenación egocéntrica, dios me libre, sino como algo lógico al igual que un artesano de la alfarería va modelando y creando mejores jarras o platos con la práctica– y miramos de soslayo y con pudor escritos que se caen de vetustos, zoquetes y que crees que no te definen en la actualidad. Como cuando me escucho mi voz en un audio o vídeo casero y deseo salir corriendo. ¡Ay! ¿Así expresé yo esto? ¿De esa manera interpreté tal idea? Mejor no sigo leyendo.
Esa sensación tuve al volver a ver esta excelente película recientemente y releer lo que pensé hace mucho,
optando en este presente por reescribirlo (a ver qué opinaré de él en unos años), no ya por creer que voy a dar la opinión de mi vida, que no crítica cinematográfica, ni por fustigarme con un feroz autoanálisis, sino por aspirar a que el resultado sea más acorde a la huella que me ha dejado por segunda vez.
Procuraré no caer en lugares comunes, desarrollar mejor la parte central de mi análisis. Teclear, borrar lo escrito con la clarividencia de la madrugada. Ah, qué difícil es esto de escribir. “Zapatero a tus zapatos”, por ello mi máximo respeto a aquéllos que lo hacen parecer
fácil y tienen la virtud y el oficio.
No me desviaré de lo realmente importante: esta película. Y la abordaré sin aportar tantos datos, describir escenas o planos concretos, como suele gustarme, sino centrada en el enérgico y pasional carácter del director, fundamental para que esta obra maestra viera la luz, aunque con resultado desenfocado por muchas circunstancias que sobrevinieron antes, durante y después del proyecto de su vida.
Según escuchamos en el documental de Ferrán Alberich (el redescubridor de esta película a principios de los ’80), “Bajo el signo de las sombras” (1984), los contratiempos la marcaron desde antes incluso de gestarse, debido a las reticencias y recelos de sus amigos cinéfilos con los que tenía relación por dedicarse con soltura y reconocimiento al cine amateur y fundar la Asociación Amics del cinema en Sabadell, un cineclub donde se exhibiría y se conversaría sobre el cine de su tiempo y se expondrían cortometrajes de aficionados y amantes del séptimo arte. Pero la fecha elegida de comienzo un 18 de julio de 1936, llevaba consigo tanta fuerza apasionada y expectativas como la fuerza de la onda expansiva de ese golpe de Estado que cercenaría todo y se llevaría a su padre.
lo que obligó apresuradamente a cambiar algo el guion y el título, llamándose ahora “Hechizo” (después se pondría el definitivo), mientras la maquinaria del cine estaba lista para su comienzo inminente. Finalmente se aprobó, salvando este primer escollo, luchando por un proyecto tan personal y al que le había dedicado tanto tiempo, que hasta su mujer demostraba su rechazo y casi no apareció por el set de rodaje, considerando que no era el momento. Quizá fuera más lúcida que él en eso.
El rodaje fue desarrollándose con normalidad. El director iba viendo materializarse una película en la que el
sello autobiográfico era primordial, la convergencia cine-vida calmaba sus propósitos y su exaltado sentido cinéfilo salpicando cada una de las escenas y diálogos en torno al cine. Creó a su alter ego, Carlos Durán (un enorme Fernando Fernán
Gómez), que hablaría por su boca y lo fusionaría con todas las etapas del cine, incluido sus orígenes, erigiéndose como una figura elevada, casi mística, indisoluble e irremediablemente unida a él. Porque para Lorenzo Llobet Gràcia, el personaje de Carlos es su concepción del cine. Quizá pecó de concentrar en este trabajo su excesiva veneración por el séptimo arte, como una suerte de Quijote del celuloide incomprendido, creando un producto tan innovador y puro en una época de los años 40 en la que el cine caminaba por derroteros yermos y oficiales; que le hicieron perder el timón entre nuevos obstáculos como la retirada del apoyo económico sindical mediado el rodaje, forzándole a acudir a sus ahorros y amigos para poder finalizarla a los que agradece en los títulos de crédito. El empeño y tesón, enajenación e «inconsciencia» cinéfila de un idealista –un romántico desubicado en la industria–, hicieron que se culminara, no sin asistir de nuevo a nuevos percances.
A una castradora censura que clasificó su película en tercera categoría –prohibida en el extranjero y salas de primera y segunda, que observó con recelo la presencia de la Guerra Civil y la zona roja donde se rodó–, se le unió la repentina muerte de su hijo, víctima de una infección por flebitis por un accidente escolar, en principio, sin importancia. Lorenzo, desolado y muerto en vida, fue incapaz de resistir este demoledor embate y fue ingresado en una clínica de reposo tres meses. Su productor, Bolaño, realizó algunos cambios en el montaje del gusto de la censura que elevó la calificación a 2ª B, privándola de su auténtica esencia, mientras el director era incapaz de coger las riendas. Pero aún tardaría cinco años en estrenarse un verano de 1953, sin pena ni gloria, sin publicidad y envuelta en un extraño silencio de la crítica oficial y del escaso público que la vería.
No fue hasta años después que fue realmente reconocida y restaurada por el citado Ferrán Alberich, estudiada y difundida, no sólo en España, traspasando fronteras que captaron que ésta fue la obra de un auténtico cinéfilo, más que de un director. Que pretendió hacer a gran escala una de sus películas familiares y personales, topándose inocentemente
con una industria y una fase política con la Dictadura que le dieron un
cerrojazo.
He podido ver las dos versiones, una con unos diez minutos más que la otra, detectando algunas diferencias que escribiré después. Pero ahora sí, quien no haya podido ver aún esta obra maestra, sin conocer todas estas contingencias, observará una historia salida de su alta concepción del séptimo arte. Y sabiéndolas, valoras más esta quijotesca iniciativa en una carrera de obstáculos
que resistió por una obsesión: el cine. Un personal homenaje que se traduce en un impagable metacine, en el cual no percibes dónde está la frontera entre éste y la vida. Que abre y cierra un proceso vital circular que gira como ese zootropo del inicio y del que no se separará nunca, junto con la foto de su mujer, vividos casi como una religión.
Se revela como un libro de historia animado y concebido como él entiende y defiende el cine y que pone en
boca de Pudovkin en un momento de la película. Cada escena respira cine mudo, se expresa brillantemente con recursos y formas visuales que denotan un meticuloso y reflexionado análisis de la puesta en escena y puesta en movimiento adaptados eficazmente a sus medios. Con una
cámara que fluye magistralmente por interiores generando planos secuencia largos por los que transitan los personajes. Y si en los exteriores, quizá peque de acartonada, las escenas de acción sean muy sencillas –imagino por falta de presupuesto–, no le demos importancia; fijémonos en lo que nos quiere decir, en la tensión que sabe anticiparnos, en lo que significan.
Un señor muy formado, que aglutinó historia, salas de cine, pasión e identificación infantil por determinados actores, con teoría cinematográfica. Que se resistía a los cambios, pero que aceptaba a directores más innovadores en su tiempo, como Hitchcock –adoraba “Rebecca”, saliendo extractos de la película para transformar en la fase depresiva a Carlos Durán como si fuera Maxim de Winter–, que habló de la autoría, de géneros, que reivindicaba el cine documental, la veracidad, pero también reflejaba la posibilidad de la manipulación con efectos poéticos en esa bobina de papel a la que le da una patada en plena contienda mientras la graba rodando calle abajo. ¿Qué hubiera pensado de «Viaggio in Italia», de Rossellini y de las Nuevas Olas?
Impresionada por la forma en que presenta al cine como motor fundamental de la existencia, con sabor a epifanía, también como provocador de desgracias, para terminar siendo un salvador y regenerador. Pero, sobre todo, por cómo realizó esa “transposición” al medio que más le apasionaba, el de la imagen, creando formas visuales muy logradas en esas sobreimpresiones, elipsis, sinécdoques, uniendo el amor del presente con el de la sala de cine, él observando una película doméstica; sentimientos, dudas, que nos interpelan con autonomía sintáctica, la mayoría de las veces sin necesidad de diálogos: Eso sí, dando mucha importancia a la banda
sonora –excesiva en algunos pasajes en mi opinión–, seguramente por esos pases en su infancia en que la música en directo,
unida al cine mudo, conseguía embrujar a los espectadores.
Siempre quedará la duda de cómo podría haber evolucionado su carrera, a qué nuevas historias habría recurrido. En esta solitaria película concentró y exprimió de tal forma su esencia y fervor cinéfilos, como si intuyera que sería la única vez y ofreciera su personal canto del cisne cinematográfico.
(A continuación, describo algunas escenas de los numerosos fotogramas a los que he realizado captura de pantalla).
Preciosa, bellísima e interesante entrada Estrella!! Mi enhorabuena por esa capacidad que tienes, a través de las palabras, de iluminar la esencia de estas películas y proyectarla delante de nuestros ojos. Y sí, es necesario, en ocasiones y con la humildad como compañera de viaje, un ejercicio de autocomplacencia que nos reafirme en nuestras capacidades y consolide nuestro propósito de esfuerzo continuo y mejora. Tu cada día escribes mejor. Textos como el que hoy nos regalas lo demuestran. Y los lectores, felices e ilusionados, nos entregamos al disfrute y al entretenimiento, con la esperanza de que no tardes mucho en fijar tu mirada sobre otra maravillosa película, sobre la que desplegar tu brillante e inspiradora escritura. Gracias.
Muchísimas gracias, Pedro.
Generoso comentario. Gracias, de verdad por leerlo en estos tiempos que corren, tan peligrosos para los blogs. Cada vez me atrapa más escribir, y claro, aunque no soy escritora, se evoluciona y agrada. Y esto, pues una satisfacción que tú entiendes también. A seguir, no sé por cuál me decidiré para el próximo.
Un abrazo, amigo cinéfilo.