“Aelita” constituyó la primera superproducción de la URSS, dotada de una gran inversión, lo que la convertiría en el más ambicioso proyecto destinado a impulsar la todavía maltrecha producción soviética, incapaz de medirse y combatir la ingente importación de productos –para finales de 1924, el 95% de las películas estrenadas en la URSS eran lujosas producciones extranjeras– que llegaban de Europa y EEUU y que llenaban los cines.
Veamos antes el contexto para entender el porqué de esta actuación tan arriesgada y definitiva en su historia. (Información extraída del excelente libro que aconsejo, de Nacho Perrote Banet, “CINE SOVIÉTICO. La más importante de las artes”, 2021).

Lenin consideraba al cine como “la más importante de las artes” y, sin duda, un vehículo propagandístico. Ya diez años antes de llegar al poder predijo: “cuando el pueblo tome el control del cine y lo ponga en manos de verdaderos representantes de la cultura socialista, éste se convertirá en un poderoso medio para la educación de las masas”. Inmersos en la Guerra Civil como consecuencia de la Revolución, la piedra a sortear fue la oposición del sector privado que había estado manejando la industria cinematográfica, tanto en la producción, como en la distribución y exhibición. Este escollo amenazaba con dar al traste con ella, así que por el momento y, renunciando coyunturalmente a sus ideales, el Sovnarkom (nuevo órgano de gobierno), cedió y no nacionalizó las compañías privadas para paliar la crisis en que estaban inmersos por la guerra, escasez de celuloide y éxodo de técnicos y equipamiento a Odesa de la cinematografía prerrevolucionaria. Esa incómoda convivencia entre el Estado y lo privado derivó en encargos del Gobierno a estudios privados que colaboraban en mayor o en menor medida a regañadientes, esperando que la guerra restableciera la situación al pasado.

Equipo del gobierno del Sovnarkom con Vladímir Ilích Uiánov, Lenin, al frente.
La producción de cine bolchevique se encaminó a crear un género llamado agitka o “cine agitacional” (cortos o mediometrajes sin pretensión artística) destinado a difundir por todo el territorio al Ejército Rojo y al pueblo más remoto, con una voluntad de expansión ideológica a través de trenes (provistos de equipos de cine, imprenta, compañía teatral, laboratorio y sala de montaje) que levantaran la moral y acercaran al ámbito rural a sus nuevos líderes y conseguir que la figura de Lenin superara a la del derrocado zar. En 1919, tras una imposible colaboración con el sector privado, se promulgó la total nacionalización de la industria cinematográfica. El 27 de agosto de ese año sería la fecha del nacimiento del cine soviético.
Trenes de agitación tras el triunfo de la Revolución.
Sin embargo, el país estaba sufriendo tal devastación por la guerra, que Lenin se vería presionado para, temporalmente, ceder a sus principios y salvar de nuevo a la industria, ya que ninguna de las 143 salas de Moscú se encontraba operativa y sólo la inyección de capital privado salvaría la situación. Por ello, se llegó a un acuerdo y el sector privado podría actuar a pequeña escala en el que deberían pagar una cuota al Estado de la exhibición y también mantener un equilibrio entre películas de entretenimiento y propagandísticas. Entre lo adquirido por el Goskinó (Empresa Central de cine y Fotografía del Estado, heredera del Comité Cinematográfico Ruso) y la empresa privada, unida a la ingente inflación, el precio de la entrada subió enormemente.
Moscú en la década de los ’20 del s.XX.
Constituida la URSS el 30 de diciembre de 1922 y, no contentos del todo ideológicamente con el que pretendían fuera un producto que llegara a ser un clásico del cine soviético, “Polikhuska” (basado en la novela de León Tolstói), producido por el colectivo artístico privado “Rus” –el único que veía en ese nuevo contexto socio-político posibilidades artísticas de colaboración con el gobierno–, decidieron expandir la zona de influencia cinematográfica a otros espacios fuera de Rusia y rodar en Georgia. Así crearían un film genuinamente propagandístico y con posibilidades comerciales, convirtiéndose “Los diablillos rojos” en 1923 en un gran ejemplo de película de exaltación revolucionaria, con una enorme popularidad entre el público y en la prensa.
Polikhuska (1922). Aleksandr Sanin.
Los diablillos rojos (1923). Ivan Perestiani.
De todas formas, la situación no terminaría de arreglarse y de 306 películas estrenadas, sólo 28 eran producciones soviéticas y diez salas de noventa eran públicas, tomándose por ello más medidas. La mayor parte de la producción continuaría en poder de compañías privadas, entre las que estaban la citada y prestigiosa “Rus” y “Mezharabpom”, una empresa propiedad del Partido Comunista alemán que había producido documentales de apoyo a la causa bolchevique en la Guerra Civil y que decidiría después invertir en el cine soviético. La fusión de estas dos generaría una poderosa compañía de producción y distribución artífice de las creaciones más ambiciosas y exitosas del momento. Así, surgiría la película de ciencia-ficción “AELITA”, cuando los directivos de la “Mezharabpom-Rus” optaron por batallar contra la “invasión extranjera” invirtiendo una pequeña fortuna, adaptando la novela fantástica (1923) de Alekséi Tolstói, erigiéndose como apunté antes, en la primera superproducción del cine soviético.

Novela de Alekséi Tolstói, escritor especializado en el género de la ciencia ficción y novelas históricas.
Así que, la maquinaria destinada a levantar la industria soviética estaba preparada, encargada al director Yákov Protazánov (también de «El 41», 1927), el más prestigioso de la etapa prerrevolucionaria, que se encontraba en el exilio y regresado por la campaña del régimen para estimular la vuelta de determinadas figuras importantes. Por ello se generó esta película, que combinaría comercialidad, la obra de Tolstói y propaganda soviética. La película cuenta la llamada de socorro de la princesa del planeta rojo Marte a la Tierra, inmerso en una civilización muy avanzada en lo tecnológico, pero aplastada por un régimen dictatorial.


Aunque nuestra mirada actual vea esta historia muy lejana y extravagante, no deja de ser interesante desde el punto de vista político, histórico y artístico, debido a la reunión de artistas (de la interpretación y la vanguardia) reconocidos de la época con fines comerciales, para garantizar el éxito entre el público. Decisión acertada de Protazánov, que alargaría el rodaje durante un largo año, consumiendo un ingente metraje de celuloide (hecho impensable en otra época, en el que las tomas debían salir a la primera, por la asfixiante escasez de película, utilizando sólo una pequeña parte de él). Todo un derroche que indicaba que la industria propia emergía y que se estaba apta para acometer grandes producciones destinadas a enaltecer el cine soviético.
La princesa Aelita (Yuliya Solntseva). Actriz y directora.

Uno de los rasgos más interesantes es el diseño de los decorados y vestuario encargados a los artistas Sergei Kozlovski y Aleksandra Ekster respectivamente. Nacida ella en Polonia, en el seno de una familia aristocrática y con una amplia formación, se trasladó a Ucrania donde se graduó en la Escuela de Arte y terminando después por mudarse a París, donde se relacionaría con cubistas, futuristas, experimentando con sus composiciones y erigiéndose en una de los principales impulsores de las vanguardias europeas en Rusia, consiguiendo ser la cubista más relevante. El diseño de producción resulta de lo más vistoso de la película, con esos espacios grandiosos y espectaculares, con influencias del Futurismo y el Constructivismo, con figuras geométricas, líneas rectas, volúmenes extraños que confieren un ambiente marciano de lo más pictórico y artífice de la peculiaridad de la película. Me recuerda este contexto y conjunción de artistas renombrados con el cine en la película del mismo año De Marcel L’Herbier, “L’Inhumaine”, donde los decorados geométricos, tan vistosos y amplios son unos de sus mejores bastiones.
Venice (1924). Obra cubo-futurista de Aleksandra Ekster.
Vistosos decorados de «Aelita».
Decorado de «L’Inhumaine (1924), Marcel L’Herbier. Obra de Alberto Cavalcanti.
El vestuario casa perfectamente con el espacio, con sombreros punzantes, vestidos con formas circulares, líneas rectas, diagonales, volúmenes imposibles, pero muy atractivos y opuestos a la parte que vemos en contraposición de la sociedad moscovita del momento. Oposición deliberada de la represión marciana con la emergente Unión Soviética con sus facilidades, tolerancia y benevolencia. Y, aunque la película resulte una exaltación del espíritu soviético y su consolidación, tampoco deja de ser un melodrama con tintes románticos, basada en realidad en una historia de amor.
Diseños de vestuario para la película, de Aleksandra Ekster.
Destacable es también la inclusión de la actriz y directora Yuliya Solntseva, que protagoniza la cinta, famosa por la película “Zemlya” (1930), (dirigida por su marido Dovzhenko) y por dirigir muchas películas, entre ellas, la bella y poética “La epopeya de los años de fuego” (1961), con guion de su fallecido marido y con la que se alzaría con el Premio a la Mejor Dirección en Cannes en 1961.
Yuliya Solntseva (1901-1989).
“Aelita” contaría con una gran y enigmática campaña publicitaria, propia de otras épocas y países, con mensajes secretos lanzados en panfletos desde aeroplanos, consiguiendo una ferviente acogida del público –miles de niñas serán llamadas por ese nombre ese año–, aunque no tanto de la prensa que la tildó de demasiado occidental y de derrochona en recursos. Lo que perdura, sin lugar a dudas, es el diseño de esa sociedad feudal marciana, marcado por un despliegue de creatividad sin precedentes, que, a buen seguro, influyó en la posterior “Metrópolis» (1927), de Fritz Lang, con esa sociedad de un inframundo explotada y un espacio futurista increíble y megalómano.
Metrópolis (1927). Fritz Lang. Guión de Thea von Harbou.
A pesar del exitazo de “Aelita” y tras la muerte de Lenin el 21 de enero de 1924, en su XIII Congreso, el Partido expresó aún su malestar por la industria cinematográfica y Jósif Stalin, nuevo hombre poderoso del partido, afirmó: “las cosas no marchan bien en el cine (…), siendo el mejor medio de agitación de masas y que es necesario hacernos con él”. El congreso decidiría obtener un control más estricto sobre la cuestión ideológica, para ofrecer material a las masas de obreros y soldados del Ejército Rojo. Comenzaría otra etapa con el paso del agonizante Goskinó al Sovkinó, un Comité que controlaría todo el proceso creativo cinematográfico desde los mismos guiones, hasta la producción. Y desembocando en el cierre de todas las compañías privadas, excepto la citada anteriormente “Mezharabpom-Rus”, que tan buenos resultados aportaba.
GOSKINÓ. Organismo público. Década de 1910. Empresa Central de cine y Fotografía del Estado, heredera del Comité Cinematográfico Ruso.
SOVKINÓ. Comité Estatal para la Cinematografía. 1924.
Imágenes de la parte en el planeta Tierra, en concreto en Moscú y una sociedad que despegaba con la Revolución y la implantación de la URSS.