LA CIUDAD DE LOS SIGNOS (2009), de Samuel Alarcón Izquierdo.

Published On: mayo 20, 2023Por Categorías: Cine contemporáneo, Cine español
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LA CIUDAD DE LOS SIGNOS (2009). Samuel Alarcón Izquierdo.

Hay películas que tienen la certera habilidad de lanzar un torpedo en nuestro centro de flotación, desestabilizando y a la vez fortaleciendo nuestra concepción sobre el cine y la vida, y cómo de determinante es esta relación. No me importa llegar tarde a este premiado documental, incluso tardar un tiempo en dejarme aconsejar por un amigo cinéfilo muy entendido. Y es que si una cualidad tiene el cine y el arte en general es el de saber esperar, el de permanecer quieto, latente, para ser descubierto y fagocitado con deleite por el espectador. 
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Por ello no había prisa, este trabajo tiene mucho de reconocimiento al pasado; en sí, ya para mí forma parte de él, porque Samuel Alarcón expresa con este gran ensayo fílmico su inquietud por la perdurabilidad de lo rodado, de esas imágenes que quedan cristalizadas eternamente en un soporte, pero que descansan en una dimensión espectral intangible –a la vez que sensorial–, en un imaginario colectivo y espacio-temporal que pertenecerá en nuestra memoria. Dialoga también con nosotros, acercándonos a qué papel representa el cine en la historia como documentalista de la realidad de su tiempo en los escenarios donde se rueda, de reflejar en su presente algo que ya pertenece al pasado en el momento en que ha precipitado.
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Stromboli (1950). Roberto Rosselini.
Cuánto hay de fantasmagórico en el cine, sobre todo en aquel que ves clásico y mudo. El séptimo arte retrata la melancolía, infunde la impresión de lo decadente, de los que ya no están, los que permanecen en ese limbo pictórico indeterminado para recordarnos lo pasajero de la vida –tempus fugit–; aquéllos que vemos vivir, amar, gozar, sufrir, planear un futuro, reír, ya no existen. Otros que vemos en el esplendor de sus vidas de antaño ahora tienen un físico cincelado por el declive vital.
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Umberto D. (1952). Vittorio De Sica.
El director plantea una idea original a través de su alter ego (César Alarcón), un investigador que graba psicofonías en 1980 en Pompeya, el cual es incapaz de captar vestigio alguno sonoro de la gran erupción del Vesubio en el año 79 d.c., pero sí lo hace sorprendentemente con un diálogo más reciente: “Life is so short. That’s what I want to make the best of it”, que le suena y reconoce en una conversación de “Viaggio in Italia” (1953), de Roberto Rossellini. Un carpe diem en la línea del paso del tiempo reflejado anteriormente. Y qué mejor que elegir a este director para estudiar la íntima relación del espacio y lo autobiográfico con lo cinematográfico. La inclusión de Rossellini, –quizá mi director favorito italiano y del que he escrito varios textos de sus películas–, Anna Magnani e Ingrid Bergman, rebosan mi admiración por este documental.
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Rodaje de «Viaggio in Italia» (1954). Escena excavación en Pompeya. Roberto Rosselini.

Este investigador, en su interés por revivir lo pretérito para aumentar sus conocimientos, piensa que, si un equipo de grabación podía recoger sonidos, el soporte cinematográfico podría recobrar la imagen cautiva en un espacio abstracto y ofrecer la huella del pasado, así que regresa un año después a rodar con una cámara Super-8 al mismo lugar. Aquí empieza este estudio de la memoria fílmica, un trabajo que se aproxima al recuerdo con homenaje a la figura de Roberto Rossellini, al cineasta que estableció un importante puente entre el cine clásico y moderno y que anticipó muchos de los cimientos de éste, pero también a otros coetáneos importantes como Antonioni, Pasolini, De Sica o Fellini.

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L’eclisse (1962). Michelangelo Antonioni.
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Umberto D. (1952). Vittorio De Sica.


Y lo realiza exponiendo ya la inquietud que tenía el gran director romano con su película La macchina ammazzacattivi, en la que refleja la naturaleza de la fotografía, muy ligado al discurso de Alarcón. Un acto de muerte momentánea, pero a la vez un milagro de vida eterna de forma paradójica, que es en sí también el cine.
Un documental que atraviesa el espacio fílmico y se asienta en un estudio arquitectónico y “arqueológico” metacinematográfico por el que pretende edificar “La ciudad de los signos”, marco donde aquellas señales que se instalan en las calles y escenarios tienen memoria y que la cámara observadora de Alarcón es capaz de captar con aguda sensibilidad. Espacios donde se imbrican pasado y presente que consigue solapar mediante efectos especiales visuales con unas emocionantes sobreimpresiones de blanco y negro y color de distintas épocas que nos interpelan en una concepción espacio-temporal que trasciende la forma tradicional de entendimiento. Técnica recogida de aquellos vanguardistas como Dulac o Epstein que nos hablaban del estado emocional de sus personajes y que ahora Alarcón consigue con ellas sacudirnos a nosotros y provocar que las emociones que se tambaleen sean las nuestras, haciéndonos protagonistas.
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Mamma Roma (1962). Pier Paolo Passolini.

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Mamma Roma (1962). Pier Paolo Passolini.


A destacar para mí, especialmente, la imagen de Ingrid Bergman que se hunde fusionada en las negras arenas volcánicas que han crecido tantos años después como si el pasado fuera engullido por el presente, así como las del protagonista de “Umberto D”, con su semblante y su existencia desplomada en una plaza de ayer y hoy que pervive para siempre. Una consecución del “milagro” de la imagen y conceptual a través de esos meditados planos que conectan perfectamente en esa idea de lo sobrenatural y extraordinario que siempre sobrevolaba el cine de Rossellini. En sus películas, siempre había un momento de clímax, un instante milagroso que conseguía un giro de guión, un acercamiento, una revelación que era clave para la historia. Explicaciones misteriosas que lo hacían muy peculiar, incluso místico, siempre relacionadas con la influencia del medio, de los espacios que rodean a sus personajes, que les provocaban un terremoto emocional, que les hacían añicos sus prejuicios, les insuflaban valentía…
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Stromboli (1950). Roberto Rosselini.

Alarcón presenta al director tratando de llegar a “La ciudad de los signos” para encontrar la verdad y la esencia a través de su forma de entender el cine; una trayectoria que iría in crescendo en cada película con esas ubicaciones repletas de historia y fuerza telúrica, a través de la fusión de vivencias autobiográficas con sus guiones, a veces escritos casi al día como en “Viaggio in Italia”.
El transcurso de esta película se adentra en el conocimiento de su cine pasando también por “Roma, città aperta”, “Paisà”, “Stromboli”, “L’amore”, complementado con imágenes de archivo de la misma familia del director, de Cinecittà, archivo LUCE y archivo fotográfico de Pompei e impresiones recogidas de rodajes o libros sobre el italiano en el que se expresan la unión y devenir de la pareja de Bergman-Rossellini con sus películas, la energía de Magnani subiendo esas escaleras de la revelación o se desmiente la mítica escena documental sobre el desenterramiento de los cadáveres por la erupción del Vesubio. 
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L’amore (1948). Roberto Rosselini. 

Aquella idea que teníamos todos de que fue algo rodado improvisado y que fue clave para el punto de inflexión en esa pareja de “Viaggio in Italia”, que se consumía en una crisis matrimonial, en realidad estaba mucho más meditado de lo que celosamente se ha guardado como un secreto durante tantos años. Según refleja Samuel Alarcón en su texto “Notas sobre el rodaje de Viaggio in Italia”, la ubicación de la exhumación después de echar cal que rellenase los huecos dejados por los cuerpos no es real, sino que tiene una puesta en escena bastante estudiada, y que esos cuerpos en realidad se extrajeron en 1915 y se encontraban en un Museo. Con autorización, a Rossellini le permitieron trasladarlos allí, aunque el procedimiento que vemos rodado sí es igual al que se había hecho durante años. Una “mentira” a medias que ahora cobra hasta más interés del que ya tenía, porque expresa la voluntad del director de crear a priori, aun con un guion apenas esbozado, una escena impactante que descubrimos a la vez la pareja y los espectadores.
Un excelente ejercicio de vocación documental y emoción que eleva la tensión narrativa y explota ante nuestros ojos. Un enclave que, para Alarcón, constituye la puerta a “La ciudad de los signos”.
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«Viaggio in Italia» (1954). Roberto Rosselini. Desencuentro en Pompeya.

El documental nos habla de “fantasmas”, habitantes de las ciudades anclados a su espacio, aunque es imposible saber quién fue el primero. El cine redescubrió las calles, sus moradores invisibles que las invaden, cada encuadre hace crecer silenciosamente a esa ciudad de los signos en la que ya no hay corporeidad, solo puras imágenes que adquieren una suerte de fisicidad comparadas con los pensamientos. Los habitantes nos hablan susurrando con esos ecos del pasado recogidos como psicofonías casi imperceptibles, pero que nos alertan de su existencia.
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Umberto D. (1952). Vittorio De Sica.


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«Viaggio in Italia» (1954). Roberto Rosselini. Pompeya.

En definitiva, un documental que no explora el pasado transitando por solo imágenes de archivo, entrevistas, sino que crea su propio imaginario con una amalgama visual pretérito-presente-futuro muy bien conseguida, construye la narración haciendo lo abstracto concreto, a través de insólitas imágenes que devuelven el esplendor al cine clásico en la frontera con el moderno y honran a aquellos directores que “colonizaron” con su cine arquitectónico una época indeleble.

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