LA TERRE (1921) de André Antoine
El naturalismo hecho imagen. La terre.
Con La terre, André Antoine vuelve al autor –Émile Zola– del que había adaptado y presentado previamente en muchas ocasiones su obra para el Théatre Libre (movimiento creado por el director de escena y cinematográfico en 1887), con el fin de renovar el teatro conduciéndolo a una puesta en escena más realista, buscando un naturalismo que huyera de lo clásico e hiciera al público olvidarse del decorado. Y lo hizo construyendo escenarios que reflejaran interiores, e incluso exteriores, lo más reales posibles en su iluminación y composición de elementos.
Representada con éxito en 1902 (él actuaría también) en el Boulevard de Strasbourg, siempre sobrevoló por su cabeza volver a ella para una transposición a pantalla grande. Antoine aterrizaría tarde en el cine, pero dejó un legado muy interesante, a pesar de algunas reticencias a alguna de sus películas (L’Hirondelle et la Mésange, 1920), que vería la luz en los 80 y que se erigiría en una de las más relevantes y pioneras del Cine fluvial francés. Según puede leerse en la página de la Cinémathèque française (encargada de su restauración junto al Royal Belgian Film Archive), debido a las dificultades propias de la I GM, se empezó a escribir en 1917, demorándose unos años más el rodaje por la voluntad de Antoine de rodar exactamente en todas las estaciones del año buscando la mayor verosimilitud posible.

Caricatura de André Antoine realizada por Leonetto Cappiello. 1900.
La adaptación del libro homónimo de Émile Zola (1887) (padre del naturalismo literario y uno de los más adaptados al cine) fue complicada, por la cantidad de personajes que tienen cabida en él y sus complejas interrelaciones, lo cual obligó a reducir su número y algunos pasajes debido a las limitaciones temporales de la película. Sin embargo, la dureza de la familia Fouan –con un progenitor mayor en sus horas bajas, sus hijos y demás familia forman una historia laberíntica de tintes sociales, psicológicos y costumbristas– está bastante bien reflejada en capítulos en torno al peso de la tierra que cultivan, su relación necesitada e interesada con ella, la avaricia y las intrigas que de su herencia se derivan.
Existen en el cine mudo muchos ejemplos sobresalientes de la rudeza del mundo rural, la precaria situación de sus habitantes que viven de forma casi infrahumana, la especulación o la desigualdad. Películas que mostraban escenas agrícolas documentales que eran testigos de los acontecimientos sociopolíticos y tecnológicos de su tiempo. Tenemos los casos de El valor del trigo (Griffith, 1909), Vendémiaire (Feuillade, 1918), El forajido y su esposa (Sjöström, 1918), Why Down East (Griffith, 1920), La arlésienne (última película de Antoine, 1922), Campesinas de Ryazan (Preobrazhénskaya, 1927), Zemlya (Dovzhenko, 1930), City Girl (Murnau, 1930), La aldea maldita (Rey, 1930) o Ujmuri (Gogoberidze, 1934).
Películas que retrataban una época, un entorno rural que les condicionaba emocional y económicamente y que tendría su continuación en películas sonoras. Como ejemplos pondré las conocidas Toni (Renoir, 1935), Las uvas de la ira (Ford, 1940), La isla desnuda (Shindo, 1960), La sal de la tierra (Biberman, 1954), y en nuestro país con Furtivos (Borau, 1975), donde nos espantamos con una historia seca con relación en lo descarnado de la obra de Zola y la adaptación cinematográfica que nos ocupa.

Jean y Françoise juntos tras la caída al ser arrastrada por una vaca.

Jean y Françoise entrando a la finca «La Borderie» con la vaca tras conocerse.
En La terre, Antoine rueda en espacios exteriores en casi todo el metraje, en parte por su interés en reflejar el naturalismo del relato y también por ofrecer escenas de base documental que tanto le atraían en su cine y que demostraría con grandeza en la citada L’Hirondelle et la Mésange, despreciada e incomprendida por Charles Pathé precisamente por esa abundancia de planos secuencia por el río Escalda a su paso por Amberes y demás poblaciones hacia Francia sin el peso de un guion contundente.
André Antoine se sentía muy bien rodando en las ciudades, en los mercados, en las calles con sus gentes, en plena naturaleza y esta película reúne todo ello. Grabada en los lugares concretos que escribió Émile Zola (en la campiña de la región de Beauce, cerca de Chartres), una voluntad por acercarse fielmente a esos escenarios rurales testigos de la lucha encarnizada entre la familia protagonista por el derecho a su parte de herencia, la cual precipitará el escape de las pulsiones más bajas entre ellos, una deshumanización y malas artes que conducirán a la tragedia.
El padre de familia Fouan, al verse cada vez más inválido para cultivar su terreno, decide dividirlo entre sus tres hijos: Louis, conocido como Buteau, Hyacinthe, conocido como Jesucristo y Fanny. Cada uno con sus parejas, hija o hermana que formarán un entramado de celos, codicia y crueldad que explotará en poco tiempo y que revelará lo que le vaticinó la hermana mayor del patriarca: que desataría la tormenta con unos hijos egoístas que se negarían a pagar la renta a sus padres por labrar su trozo de tierra. Antoine describe muy bien el deterioro del anciano y su mujer, la decadencia de esa familia desierta de afectos y lazos familiares que ansía la muerte del progenitor después de quedarse viudo.

Fouan y su esposa.
El peregrinaje de casa en casa cuando es expulsado muestra la peor cara del ser humano, mientras su único interés es robarle la dignidad y el dinero que esconde. Un episodio bastante emotivo que deja una huella en el espectador que va viendo el deterioro moral, de estatus y físico del personaje en un mundo en el que los mayores no tiene cabida. Como si fuera un Rey Lear venido a la campiña francesa. Mientras tanto, se entrelaza la historia del recién llegado Jean, que reparte amor entre la sirvienta del terrateniente de la finca «La Borderie» y Françoise, la hermana de Lise, mujer de Buteau.
El director suaviza algunos pasajes, pero no esquiva los numerosos intentos de violación por parte de Buteau a Françoise, la muerte de la madre por un empujón de su hijo, y el asesinato de uno de los personajes (no diré quién). Sí cambia el final de Fouan, aunque sigue siendo terriblemente duro en la absoluta soledad y en contacto con la tierra que tanto le dio y a la que se acerca en su último aliento.

Primer plano de Françoise que teme el acoso sexual de Buteau.
En cuanto al plano visual, la película posee elementos muy destacables en su puesta en escena, con planos en los que los personajes son destacados en la naturaleza, bien por perpetrar en ella lo peor (los aperos de labranza afilados siempre presagian lo peor), o empequeñecidos ante la grandeza de ésta cuando el padre vaga al final entre la lluvia y el frío por el campo. El pueblo queda muy bien reflejado en la escena del mercado, en las mujeres cuchicheando mientras lavan en el río o en los planos del castillo de la finca, que se muestra solitario sin ofrecer un atisbo de humanidad.
Existen dos sobreimpresiones fabulosas cuando Buteau desea a Françoise en sus sucios pensamientos o cuando el anciano solitario y desvalido observa a un perro y lo imagina en un tubo durmiendo, hogar que no encuentra él por la negativa de sus hijos y su hermana mayor, la cual se regodea y quiere verle “muerto en una zanja”.
Reseñable es el uso de la luz en exterior y en las sombras de las velas en interiores del matrimonio Buteau-Lise cuando pergeñan robarle a su padre el dinero por la noche. Sus cabezas oscuras reflejadas en la pared representan la codicia despiadada de quien no respeta nada más que al dinero. Y existen otros planos del matrimonio mayor en su casa con aire pictórico a Hammershoi, aunque no sea ése el objetivo, pues su composición o estatismo no son del todo así. Asimismo, las crudas escenas de caza furtiva de Hyachintus y su descarada hija complementan la descripción del ser humano de Zola.

Mercado del pueblo.

Expulsión de la casa de Buteau y Lise al casarse Françoise con Jean.
La historia tiene un corte fatalista y una negrura sin concesiones, fiel a la novela de Zola, que revelaba el lado más insensible del ser humano, que antepone lo material a la familia en un ambiente áspero, demasiado agrio. Un mundo visto desde un pesimismo atroz en el que la tierra posee su dualidad vida-muerte y con la que se hace referencia al final de la película. “Sólo la tierra es inmortal, la Madre de la que provenimos y a la que volveremos”.
Completando esa fase final agónica descrita con el contraste irónico del caminar errático del anciano con sus muletas toda la noche bajo la lluvia viviendo sus últimos momentos, mientras la sirvienta del castillo se levanta feliz, peinándose en la ventana que mira al campo donde caerá el padre de familia.
Escenas que impactan visualmente de forma poderosa y que denotan la habilidad del director para impregnar el espíritu de la obra literaria (que fue un escándalo en su tiempo) en sus potentes imágenes rurales y en la tensión que de ellas se genera entre las rencillas y venganzas de sus moradores. Su ayudante de dirección, Julien Duvivier, seguro que tendría a un buen maestro para su posterior cine. Y aunque sufriera la censura, la historia está regida por lo sombrío, dejándonos tocados.
Lo que sí es interesante es que esta película ya dibujaba y prefiguraba, como Vendémiaire de Feuillade, ese neorrealismo posterior y que siempre se atribuye a Toni, de Renoir.

Buteau y Lise tramando por la noche el robo del dinero a su padre Fouan. Sombras en la pared.

Buteau y Lise tramando escarmentar a Françoise previo al homicidio clavándose la hoz.

Fouan expulsado por tercera vez vaga con sus muletas a ningún lugar.

La Grande, la hermana mayor de Fouan se venga de él por no repartirle sus tierras y lo deja fuera de su casa.

Fouan yace tendido en el suelo al amanecer después de toda la noche vagando solitario.
(Indagando en prensa de la época, veo que, a pesar de su tardía incorporación al cine, André Antoine es considerado un defensor del arte mudo y hablado, encontrando una noticia de su participación en un cineclub. También he encontrado otra publicación en la que describen que La terre se ha rodado en el mismo pueblo que describió Zola, Cloyes, y que el rodaje se extendió a un año por querer ver la transformación del paisaje en sus cuatro estaciones).

André Antoine, «meteur en scène» francés. Revista de 1921 donde se le incluye al lado de Germaine Dulac y Abel Gance, entre otros.

Caricatura de André Antoine en su asistencia a un cineclub en la década de los 20.

Noticia de 1920 del rodaje de «La terre», de André Antoine. Un año completo para grabar la transformación de todas las estaciones.
Estrella Millán Sanjuán.
estrellamillansanjuan.es