Adieu sauvage. El suicidio como sacrificio.
Adieu sauvage me lleva a ver dos películas en dos días seguidos de directores que afrontan su ópera prima acerca de la búsqueda de sus orígenes. Una ha sido
Guian (2023), de Nicole Chi y otra esta colombiana. Con distinto planteamiento y culturas, pero similar impulso por reencontrarse con su raigambre al hallarse viviendo actualmente fuera de su país. Un nuevo proyecto salpicado de urgente autobiografía a cargo de un director joven deseoso de indagar en sus ancestros, en su biotopo personal, y acudir a la población de Mitú (Colombia), embebida y marcada por el largo río Vaupés, que da nombre al departamento enclavado en la selva amazónica.
Adieu sauvage ha sido presentado el 12 de diciembre en la Filmoteca de Catalunya dentro de la Mostra de cine de Colombia 2024.
Propósito motivado y acelerado por la alarmante noticia del creciente número de suicidios en la comunidad indígena que, desde el comienzo del s. XXI, ha sufrido oleadas de muertes de jóvenes que optan por sacrificarse ante el insultante olvido de una sociedad que les da la espalda al considerarles carentes de sentimientos y con una naturaleza salvaje. Una tasa de suicidios –la más elevada de Colombia con diferencia en esa zona y las aledañas– que comenzó a raíz de la toma guerrillera en Mitú en 1998 y que afecta a jóvenes e incluso niños indígenas, que terminan tomando la amarga decisión de quitarse la vida ahorcándose por su cada vez más pequeño reducto vital, presionados por la “colonización” comercial y del ejército que asfixia su naturaleza atávica.

Ubicación del departamento de Vaupés (Colombia) y Mitú.

Cuenca del importante río Amazonas que atraviesa varios países de Sudamérica. El río Vaupés es un afluente del río Negro, a su vez el más caudaloso afluente del Amazonas.
Rodar desde el aire antes de aterrizar se convierte en un prólogo muy atrayente desde el punto de vista cinematográfico. Las densas nubes que se van abriendo mientras reflexiona sobre su origen y dificultad de su apellido en el extranjero, van dando paso a la espesura arbórea, la sombra del avión sobre la selva y el ancho río Vaupés. Relata que su padre le habló de su pasado descendiente de la nobleza, el último de los Chibchas, hecho al que no da demasiada credibilidad, mientras recuerda a algunos familiares ebrios y el accidente de su abuelo, conductor de autobús, que hizo caer por un accidente con los frenos a todos los pasajeros por un precipicio. “Ése es mi linaje”, nos comenta en francés.
El director tiene rasgos indígenas–según narra, en su país serlo representa una carga, una vergüenza– pero allí en Colombia, curiosamente, le hacen sentirse blanco nada más llegar. Una sensación extraña, de no pertenencia ni a Europa, donde cursó estudios universitarios, ni ya en su país al regreso. Un limbo espacial y humano, el de Sergio Guataquira Sarmiento, siendo paradójicamente depositario de la descendencia de nativos y mestizos desaparecidos a lo largo de la historia de Colombia recogida en su primer apellido y en su rostro que aparece en pantalla. Sensación que le acerca a los hijos de los nativos de la selva privados de su espacio, que no pueden integrarse en ninguno de los dos y una necesidad imperiosa de pertenecer y agarrase a un lugar.

Rodar en blanco y negro –excelente factura de la fotografía del asturiano David García– era fundamental para así liberarse de esa visión de los documentales antropológicos de los 60-70 en los que se destacaba el verdor de la jungla, apostando por el mismo color de las radiografías, análisis que se puso como objetivo en este excelente documental eliminando una capa para llegar más rápido a una lectura de lo humano, según comenta en una entrevista. Trabajo vestido con las sugerentes notas de la música original de Clémentine Pacalet, con imágenes de la realidad de esa zona, con bellos atardeceres, casas de madera bellas en su pobreza y un río con resonancias remotas de la caza, pesca, explotación y esclavitud de los antepasados al que observa detenidamente llamando la atención de un señor que navega en canoa que le dice “que no mira el río como otros”. Un interesante estudio que adquiere un tono antropológico cargado de poesía por sus formas visuales y por lo que encierran. Este encuentro y la información aportada por la ONG Sinergias propicia la inmersión en la comunidad Cacua (Kãkwã) de Wakará, de muy pocos habitantes, que le acogen desde el inicio sin recelo, con generosidad, dejándose rodar en sus costumbres, sus juegos infantiles, supervivencia, recolección, emociones y trabajo con la madera que sacan de la tala de algún árbol.

Laureano en Adieu sauvage. Sergio Guataquira Sarmiento.
Es el momento del silencio, de la incertidumbre y a la vez fascinante introducción en su cultura metidos en la canoa, deslizándose por el río y llegando a lo frondoso de esa zona. Planos muy bellos de las niñas en la embarcación, corriendo por caminos estrechos por la selva, mientras te preguntas qué les puede conducir al suicidio. Nos presenta a Laureano, señor educado, observador, que se expresa muy bien gracias a su época de estudiante y que se convertirá en un Cicerón discreto y fundamental para dar a conocer la Comunidad al mundo. El director pregunta los motivos de esa autodestrucción de los jóvenes actuales, que no existía en el pasado, recibiendo como respuesta una leyenda sobre una maldición de un antiguo chamán brasileño al que se le suicidó una hija por desamor tras ser abandonada. Razones que admiten como un sino insoslayable que cae sobre ellos, como una “gripe” que se contagia, cuando habría que profundizar más en sus causas.
Pero Laureano prefiere posponer hablar de un tema que le duele y dedicarse a enseñar aspectos de la vida cotidiana de hombres y mujeres sobre supervivencia en contacto con la naturaleza e invitar al realizador a ser testigo grabando y participando. Tarea algo difícil de seguir por la especificidad y un medio tan distinto al habitual del joven al que instan a matar una gallina si quiere comer y dar ese paso para ser uno más o encontrar su sitio mejor quizás entrenando a un equipo de fútbol femenino, detalle que me sorprendió.

Se intercalan imágenes muy cuidadas de las montañas y su vegetación, así como de reflejos en el agua del río y lavado de ropa en él, mientras vamos estableciendo una relación simbiótica con esa comunidad tan especial, personificada en la sabiduría ancestral de Laureano, el cual conoce los códigos de la naturaleza al detalle y sabe interpretar cualquier información que le brinda ante la atenta y perpleja mirada de Sergio Guataquira Sarmiento. Percibir una montaña como sujeto que saluda y da la bienvenida a un forastero lloviendo un rato –se lo predijo antes de subir ante la estupefacción del director–, como alguien que les cuida y ve despertarse el sol desde su cima; como la fuerza de la naturaleza inexplicable a nuestros ojos y mente poco estimulados, pero que irónicamente es el sitio también de única cobertura para realizar una llamada rompiendo la magia de tiempos remotos con el dardo de la civilización.
Laureano también nos explica su distinto lenguaje, quizá menos desarrollado porque no hay necesidad, privado de conceptos de nuestra cultura para ellos inservibles, pero nos enseña qué puede representar el símbolo de una mariposa, los usos de tal planta o de una libélula. Desconocen la palabra nostalgia, no existe en su cultura, como en otras tribus no existen los números o la percepción espacio-temporal porque no tienen conciencia de ella. Pero cuando se le explica en qué consiste, sí lo entiende. No poseen la visión del “yo”, de una autoconsciencia, no dicen en su idioma “estoy triste”, sino “lloro”; han creado un lenguaje desde sus inicios en el que no se comunica la emoción, pero no quiere decir que no exista.

Y eso lo demuestra con creces ese matrimonio, Laureano Gallego López y Angelina Gallego (que han perdido sus nombres ancestrales, aunque los tenían), expresando a su forma la manera de conocerse en un matrimonio arreglado por los padres y los años que les costó quererse, las crisis, también la dificultad en saber qué edad tienen realmente porque su percepción temporal es distinta o carece de importancia. Cuenta que nunca se enamoró, pero que conoció a una chica hace muchos años, que se ilusionó, pero fue asesinada por las FARC cuando tomaron Mitú y la olvidó. Nos narra el impulso suicida al que se vio avocada Angelina como muchas otras mujeres una vez y cómo su marido la convenció con la soga al cuello a desistir buscando en su lengua cacua –ella no habla español, ni lo entiende– las palabras que quizás no había tenido que utilizar nunca para convencerla y demostrarle que era querida. Y aunque para ellos no exista el “te amo”, sino “me perteneces”, las encontró sin duda, aunque ese episodio esté anclado en esa mirada honda y triste de ella de por vida.

Convivir en confianza para alcanzar el clímax en forma de apertura emocional de este señor que al subir a una montaña sagrada y ver “dormir el sol», se expone generosamente en el momento álgido del documental, siendo capaz de expresar que también ha sentido la pulsión del suicidio y que se dio a la bebida un tiempo como muchos otros jóvenes para soportar el peso de la existencia. Nos demuestra su gran sensibilidad, su mirada en paz y que ha hecho de la dignidad su forma de vida. Momento de encuentro con la verdad impagable, en comunión con los elementos de la naturaleza y que contradicen los prejuicios de aquéllos que les tildan de salvajes. Laureano, con su habla pausada, sencilla, pero sabia, con una filosofía de vida sin estridencias, se alza desde esa atalaya sobre las nubes como la voz de generaciones pasadas buscando y afianzando su identidad. Seres que son conscientes de su progresivo exterminio, de su profunda soledad e incomprensión; del abandono por parte de los que les ayudan de forma anecdótica y de la desaparición de su cultura. Sienten mucho más de lo que se piensa, aunque no encuentren palabras para comunicarlo.

Final de la película Adieu sauvage.

Cartel de Adieu sauvage.

Foto de Sergio Guataquira Sarmiento. (1987).
COMENTARIOS DEL DIRECTOR A RAÍZ DE UNAS PREGUNTAS PLANTEADAS:
(Mayo, 2023).
«…Estoy muy ocupado con la gira del documental. En estos momentos, me encuentro en el tren camino a Munich para presentar la película en el festival Dok.Fest München. Te agradezco tu comentario y tus cumplidos sobre el blanco y negro de la película. Justamente, me encuentro con David García, un compatriota tuyo, de Asturias, que fue el artífice de la imagen de la peli.
El encuentro con Laureano fue completamente fortuito, tal como lo dije en la película. Hay un poco de ficción porque no viajé al día siguiente con él sino una semana después. Cuando lo vimos por primera vez, que nos propuso dar una vuelta en su embarcación por el rio Vaupés, nos dejó una profunda impresión. Preguntamos por él en el pueblo. Todos lo conocían y coincidían en su profunda aura y su impresionante filosofía. Estuvimos tres meses en el segundo viaje y un mes en el primero. Solamente las tres últimas semanas empezamos realmente a filmar, el resto fue más una exploración humana y obviamente, la creación de un lazo entre Laureano y yo. (…)
El papel de la mujer es muy delicado, como casi todas las civilizaciones o sociedades a lo largo y ancho de la historia, la comunidad de Wacará es completamente patriarcal, patrilineal en la cual no hay un lugar privilegiado para la mujer, más bien precario y amordazado. Es una cuestión delicada porque hasta donde se puede intervenir en su cultura sin entrar en un rol paternalista o intervencionista, pero sí, efectivamente, es una cuestión bastante preocupante…»
Gracias, por tu atención y tu tiempo, Sergio.
Enhorabuena Estrella!!! Magnífica la propuesta que aquí nos haces!!! Gracias por divulgar este cine, lejano en el espacio pero, por lo que se desprende de tus palabras, cercano a lo verdaderamente importante: los afectos, los orígenes y la idiosincrasia. Cine con alma y corazón. Alejado de esas películas, cortadas todas por el mismo patrón y sin encanto ni personalidad, con las que nos "bombardean" cada día en nuestro entorno consumista y lleno de artificio. Abres el apetito por ver esta película que se me antoja, por lo que se desprende de la lectura de tus inspiradoras palabras, que tiene que merecer mucho la pena. Intentaré contemplarla lo antes posible. Por qué estoy convencido que es una obra para contemplar, más que para mirar.
Y mi enhorabuena buena también para su creador, Sergio Guataquira. No lo conocía hasta el día de hoy, pero seguiré con curiosidad e interés su trayectoria.
Muchas gracias por leerlo en unos tiempos difíciles para los blogs, pero que tanto nos ilusionan. Es un director con proyección, desde luego y su documental merece mucho la pena. Cine para contemplar y reflexionar.
Gracias, de nuevo.