GUIÁN (2023). Nicole Chi Amén.
En un corto espacio de tiempo me he encontrado con numerosas películas contemporáneas en las que lo autobiográfico o una parte de él están muy presentes en la construcción de sus historias. Un cine en primera persona donde la subjetividad vertebra narraciones enmarcadas en el “cine del yo”, el “autorretrato filmado” o la “auto ficción”, términos por los que se navega y traspasa los estrechos perímetros que los delimitan, evidenciando la elasticidad del término autobiográfico. Existen autorretratos en la pintura, fotografía, literarios, pero también los hay cinematográficos. Más difíciles de acometer por la diferencia de lenguaje, ya que representar lo real en imágenes que no existen conduce a la ficción, aunque me resultan muy interesantes también. Que nos enseñen espacios vitales de veracidad o autenticidad parece que nos agarra más, cimentado en la idea de percibir un cine más sólido cuando se refleja la realidad o la interpretación visual de ésta y lo personal por parte del autor. No me refiero al horror de “basado en hechos reales”, sino a la especial mirada del realizador, el que se abre las carnes y se expone, aunque pudiera llegar a parecer un ejercicio de egocentrismo, que no lo es en muchos casos.

Y no me refiero tampoco a que se exija la genialidad y abordaje por lo casi inescrutable de esos laberintos fílmicos de Fellini en “Ocho y medio” por ejemplo, sino observar la diversidad de los proyectos a la hora de plantear anhelos, miedos, nostalgia o cuentas pendientes. Unas veces con mezcla de ficción, otras atravesados por diarios filmados; las hay también llenas de archivos de fotos y extractos de películas personales que conforman un collage pasado-presente muy sugerente y en las que se atreven a aparecer, como esta directora.
Nicole Chi Amén, (Costa Rica). En la foto recogiendo un premio el año pasado por su cortometraje «Comadre». Se encuentra realizando una maestría en Producción de Cine y Otros Medios con énfasis en Dirección en la Universidad de Texas en Austin, a través de la beca Fulbright provista por el gobierno de Estados Unidos.
En el caso de Nicole Chi, su aportación autobiográfica reside en expresar de forma visual la idea abstracta de su abuela, una mujer que emigró de China a Costa Rica huyendo de la pobreza y el Comunismo, según escuchamos en una continua voz en off de la directora. Un proyecto de trabajo durante siete años que se materializaría en su ópera prima. Mujer que jamás aprendería el español, quizá por la supeditación al marido de un matrimonio arreglado a la antigua usanza, quizás por la negación a una nueva y extraña cultura con la que no acabó de cuajar. Un ser que flota en la incógnita para su nieta, de la que no recuerda nítidamente sus abrazos cuando era pequeña, sino lo que le asustaba de su casa, que le despierta la pulsión personal por escudriñar en los orígenes de su “Guián” –abuela, diferente si proviene por la vía materna o paterna– que son los suyos, al fin y al cabo. La directora esparce la necesidad de conocer su
identidad por toda la película. Trata de filmar sus propios recuerdos en torno a la casa familiar de los abuelos creando formas visuales que se puedan acercar al menos en lo sentimental; se aproxima a su entorno más personal con amistades y un tío para captar qué se trajeron de China ante el mutismo y las dudas sobre qué esencia oriental se llevó consigo para no olvidar quién fue.

Guián (María, al llegar a Costa Rica) en una foto rodeada de su familia en la pared de su casa.
Mirarse cada día en el espejo y verse tan diferente a sus compañeros, recibir preguntas sobre “si ve bien, por qué es tan distinta a los demás” le han hecho sentirse siempre en una suerte de tierra de nadie como su abuela. Un desdoblamiento en los apellidos y existencial que recrea de forma plástica muy acertada y poética con ese reflejo en el cristal de la mesa acostada en el sofá. El fallecimiento de Guián a los 84 años, observar la demolición de su casa le llevan a enlazar con un cuento que leyó en el que un obrero de la construcción decía que “una casa parcialmente demolida se veía igual a una en proceso de construcción”. Esta idea sobre la distinta temporalidad del espacio le resonaba en su pensamiento. Parándose frente a ella en proceso de derrumbe, se imagina todos los tiempos verbales de su existencia y futuro.

La directora realiza la “transposición” de nuevo de la memoria con primeros planos de la maleta de piel tan antigua que se trajo su abuela de China, de la ropa de los armarios, con comida china que se guisa, con formas visuales muy sugestivas desenfocadas y nítidas de insectos exóticos y fruta rememorando un árbol de papaya que creció de forma inexplicable en un sitio y que fue muy fértil.
Alegoría a lo enigmático de la figura de Guián, una persona trabajadora, sufridora, de largos silencios y mirada triste, supersticiosa, que siguió hablando cantonés con su marido e inculcándoselo a sus hijos, aunque ya no a Nicole por razones lógicas –se esfuerza con su otra abuela en hablarlo y escribirlo a pesar de su gran dificultad– por el desarraigo en un país tan dispar al asiático.
La directora recogiendo el premio Mención Especial en la sección Burning Lights del reciente Festival VISIONS DU RÉEL por «GUIÁN» (2023). NOCHE NEGRA Producciones.
La película está subdividida por etapas con diferentes rótulos escritos en español y cantonés en homenaje y respeto a su cultura de origen y a su abuela, dispuestos a dialogar con ella, con lo que no pudo o supo decirle en vida. Así que Nicole Chi se propone viajar a Enping, donde nació Guián, para absorber su pasado, sus raíces, que son las propias, entender su historia y actuaciones vitales en el espacio que las gestaron. En un seminario que realicé con Carlos Losilla hace unos meses, nos decía que en el actual cine contemporáneo existe una gran tendencia por crear historias de huida, de “vagabundeo”, de búsqueda continua a no se sabe dónde. Con imágenes gaseosas que sugieren y te hacen viajar con ellas. Y así es esta película.
Nicole, protagonizando su documental, viajando a China para encontrar sus raíces.
Introducirse tras recorrer una angosta y antigua calle en la casa de 100 años de antigüedad envuelta en polvo del pasado, de humedad, sin techo; hablar con los familiares que quedan, caminar por esas calles tan vivas de los mercados donde se agolpan colores y animales se convierten en la agridulce certeza de que tampoco pertenece a ese lugar. No entender el idioma, escuchar que no es una china de verdad a pesar de su apariencia, no conocer la cultura a fondo la desestabilizan reflexionando sobre la pérdida de raíces y sus consecuencias. Pensamientos que la sacuden fuertemente como esa enorme peonza que rueda en la calle golpeada con un látigo para hacerla girar. No se siente de Costa Rica plenamente, pero viajar al pasado tampoco la consuela, aunque sí la apacigua. Rodar la celebración tan peculiar del año nuevo, la pirotecnia, los atardeceres, las calles, costumbres, niños que juegan que podían ser ella terminan por reconfortarla, cerrando una herida, un episodio y dedicárselo a su familiar. Huyendo de un sentimentalismo exagerado en el que podría haber sucumbido fácilmente.



Imágenes de la casa que interpretan un pasado de su abuela joven y sin canas, que la hacen imaginar el porqué de su decisión de marchar tan lejos, la angustia por la incertidumbre; otras imágenes que en el presente devienen futuro. Esa es la magia del cine que no se puede explicar con palabras.


Y si este documental tiene tintes autobiográficos que la hacen muy atractiva, a mí en lo personal me toca también y me acerca a ella. Salvando las distancias culturales y geográficas con la historia de la directora, yo siempre he tenido la sensación de no pertenencia a ningún sitio, de no encajar en mi pueblo de nacimiento debido al destierro de mis abuelos y mi madre muy lejos de su origen por razones políticas relacionadas con la Guerra Civil española. Ello me ha motivado a buscar desde joven otros sitios de residencia “neutra” en los que pasar desapercibida, teniendo también el impulso de emprender hace mucho un viaje atravesando mi país para conocer el pueblo de mis abuelos con una sensación de extrañeza, aunque no por ello innecesario deseo.