FELICIDAD SUPLENTE (2024) Gonzalo García-Pelayo
Y llegó. Por fin con «Felicidad suplente».
Despertó el pellizco en la piel, el nudo en la garganta con «Felicidad suplente«. No he podido desprenderme de un final que he visto en bucle cuya canción repiquetea aún en mis oídos. Sí, Gonzalo, te hablo de tú a tú, si me lo permites. Anhelaba el cine acariciado por una elección musical de altura de tu primera serie hace más de dos años. Aquel que sube la tensión y brota en la piel.
La segunda serie se acercó bastante al éxtasis de otras en la última película en torno a un río. Y hoy, en la serie “Terceras dddiez”, emergió una película culminada con un final-milagro, palabra que rodea en sus apuntes al inicio y espera un director entre el caos de una caligrafía que toma en un pequeño cuaderno de bitácora en esta magnífica road movie.

Buenos Aires con niebla. Felicidad suplente.
Viaje simbólico del arduo proceso de construcción de una película. Empeño por buscar esa felicidad alternativa que nos ayude a soportar la vida como leitmotiv de un proyecto en ciernes que ilusiona tanto como atemoriza a un director maduro envuelto en dudas. Dejado “solo ante el peligro” por uno de sus productores y con el que está a punto de estrellarse. Cómo hacer la trasposición de lo narrativo, de una idea abstracta y fundamental en la mente para cristalizarla en cine. Una imagen mental podrá ser igual que una imagen plástica, qué dilema. Le hará justicia, será un fracaso, cumplirá las expectativas o siempre perecerá en la insatisfacción.
Acompañado por dos filósofos de la vida del equipo de producción, el pensativo e inseguro Ezequiel busca localizaciones, un casting a la altura mientras se inspira y se alimenta de los sustanciosos diálogos de sus acompañantes en ese coche, que más que un medio de transporte es un espacio donde se escucha la vida de forma muy natural. Un lugar donde lo que oímos produce identificación directa acerca de la deriva de las elecciones vitales, la bifurcación que se nos presenta muchas veces y nos martillea sobre cuál sería la mejor o si nos abandonamos al azar. O aquella que podemos inventar o elucubrar salida de la oportunidad perdida en el pasado.
A Gonzalo le encantan los números y siempre están presentes en su cine porque rodean nuestra existencia. Nos explica lo exponencial de nuestras decisiones, lo abierto que se nos escapa y no podemos controlar. Ezequiel imagina esa “felicidad suplente” que nos puede acompañar extraída de la conjetura, aquella que pueda calmar la duda sobre qué otra vida podríamos haber tenido si hubiéramos partido en otra dirección. Quizá mejor, o no. Para expresar anhelos, lo hipotético, el temor, tenemos en castellano el subjuntivo nos dicen en ese habitáculo tan íntimo. Y para expresar esas decisiones, Gonzalo divide la pantalla imbricando y simultaneando dos escenas en el proceso de casting.
El director busca, tropieza, se decepciona. No entiende que su ritmo no es el mismo al de otras personas que eligen entre el cine y la vida cuando para él “el cine es la vida”. Aprende, se adapta, crece, se inspira con la vida misma, con la que se abre paso, con ese presente de contingencias al que hay que saber buscarle las vueltas. Ése es el proceso de hacer cine, como lo entiende García-Pelayo. Nunca como proceso hermético, sino abierto, ligado y permeado por la emoción. Emoción que vemos en los ojos vidriosos de Martín Aletta cuando ha entendido todo en perfectos primeros planos, cuando ha encontrado su sitio.
Pasión trasmitida por la sentida música y voz de Fernando Arduán. Sabiduría trasmitida por los demás personajes, la inteligente tía de Ezequiel, el hablador Juan y ese siempre eficaz Javier García-Pelayo que, con su potente imagen con un muy acertado parche en el ojo, se convierte en un imprescindible del cine de su hermano.
Buscando una película se construye otra en un bello ejercicio metafílmico. En ese proceso el director y nosotros entendemos qué es lo importante, descansamos y respiramos en el tramo final observando la cara de satisfacción del equipo y del realizador que alza los brazos. Ése que, después de sentirse acompañado por la música todo el metraje para expresar sus intenciones, por fin coge las riendas y acomete su proyecto y su vida. Un puente, un arroyo y una mujer misteriosa calman su angustia, materializan lo imposible.
Alter ego de Gonzalo, o quizá ese director que imagina García-Pelayo que podría existir en esas otras vidas que inventa, que inventamos. Porque la vida es como la narramos.
Cine abierto de Cine Gonzalo García-Pelayo.
Estrella Millán Sanjuán.