VIAJE A MARTE (1918), de Holger-Madsen

Published On: noviembre 16, 2023Por Categorías: Cine mudo

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VIAJE A MARTE (1918). Holger-Madsen

De sobra son conocidas las infinitas películas de ciencia-ficción en la historia del cine, género que ha proporcionado productos de serie B, de culto y otros de excelente factura que completan las listas de los más exigentes cinéfilos. El ser humano, desde hace siglos, fabuló con explorar el espacio, llegar a donde le llevaba la imaginación y es natural que no sólo la literatura o inventores conocidos se embarcaran en ese ambicioso tema. Así que el cine en sus albores se acercó a terrenos inhabitados subiéndose a los escenarios que tan brillantemente planteó en su imaginación y la nuestra Julio Verne. Muy conocidos son los barrocos y expresivos cortos de Georges Méliès y Segundo de Chomón sobre los viajes a la luna, con esencia teatral, pero desbordados de pasión, creatividad, trucajes e ímpetu de explorar narraciones y temáticas más complejas, perderse en anhelos que tantos años después harían realidad sueños sólo alcanzables en la gran pantalla.
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Voyage dans la lune (1902). Georges Méliès.

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Cartel de la película.

Cinco años después que la británica «A Message from Mars» (1913) y antes que la soviética “Aelita” (1924) –que se acercó a la ciencia-ficción, aunque con motivos más cercanos a la política y con un diseño de vestuario y dirección artística excelentes–, el cine danés se embarcó también en un proyecto ambicioso, con multitud de extras y un presupuesto más elevado que reunía a profesionales de vestuario, creadores de decorados y avionetas para imágenes aéreas. Rodada en el contexto de la I Guerra Mundial, cuando todavía no se vislumbraba su final, el ambiente oscuro en que estaba sumergida Europa y la situación neutral de Dinamarca propició este trabajo con vocación pacifista y de reordenación de una sociedad abocada al fracaso.
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Aelita (1924). Yákov Protazánov.
Si bien adolece de ser demasiado naíf, con romanticismo incluido, tenemos que apreciar su optimismo, su interés didáctico, de trascender y desear un mejor futuro en unos años que eran testigos del mayor conflicto bélico que se había vivido en el continente y en el mundo y que sumieron a parte de Europa en un estado lamentable. Aunque lo peor estaría por venir con la siguiente guerra.
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El relato es muy fácil de seguir. Un marino hijo de un científico es exhortado para realizar un viaje a Marte por su pericia como piloto también aéreo y sus ganas de parecerse a Cristóbal Colón. La unión con otro científico y más tripulación y la construcción durante dos años de una nave (la Excelsior) propician la investigación y la explicación con base “científica” al mundo, no sin las reticencias de otro profesor envidioso de un proyecto de tal calibre, que será el malvado de la historia.
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Se sucede el despegue, un conato de motín por la desesperación después de seis meses de viaje, la llegada al planeta rojo y la feliz acogida de los habitantes marcianos. Una sociedad con miles de años avanzada a la terrícola, evolucionada hacia el pacifismo, con un entorno muy bello, en contra de comer carne (qué visionaria) y con un sistema judicial idealizado. Todo un contraste para la beligerancia e incomprensión de los recién llegados que terminan por adaptarse felizmente durante meses en ese espacio libre de ofensas, utópico, con vestimenta y arquitectura parecidos a la Grecia clásica y con un líder mesiánico que quiere extender esa forma de vida al planeta que llevan miles de años observando y que conocen muy bien. 
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Con el deseo de la creación de una nueva estructura social generada de unos Adán y Eva del s.XX que funden lo extraterrestre y el planeta Tierra en armonía, con esos habitantes que corren en multitud hacia el aterrizaje de la nave espacial con aires renovadores y espirituales. Si se ve con ojos de hace más de cien años, se disfruta y se pasa por alto un guion demasiado idílico e ingenuo, basado en un manuscrito llamado Himmelskibet (algo así como la “nave celestial»), que después se novelizaría con el éxito de la película. Veámosla como una crítica suave a un modelo social beligerante, violento y sin valores que urgía cambiar.
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Lo interesante de la película son los aspectos formales para una historia rodada en 1918. Si bien los planos fijos estructuran la película y se deja llevar por ademanes y escenas muy cercanas en interiores al teatro, es bastante reseñable que intenta enriquecer la expresión narrativa mediante recursos visuales más originales y variados. La aparición de una pantalla dividida cuando el piloto explica el recorrido de su viaje, la posición del sol, tierra y marte en un esquema es muy buena, así como en momentos de recuerdos muy bien recreados. También la existencia de planos que especifican si por donde se mira es por un telescopio, cambiando de la forma circular de la tierra a la hexagonal en Marte.
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Existen planos aéreos interesantes en el momento de la partida y la llegada a la Tierra, así como de superposiciones de la nave con ellos que en su momento darían una impresión bastante cercana a la realidad. Los de la Tierra, Marte, el sol y la  nave también reflejan un interés por recrear el espacio de forma más perfeccionada. Además de otras sobreimpresiones más reales y otras más poéticas en el momento de la “dulce muerte” de un personaje marciano. La tormenta que acompaña la llegada está bien recreada con esos rayos que acechan a la nave, aunque ésta parezca un juguete de niños.
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Hay planos de personas en el horizonte muy vistosos que no sé si podrían haber influenciado al mismísimo Bergman y que salen en más de una ocasión. La multitud tanto en Marte, como en la tierra en planos aéreos aporta una dimensión distinta a la narración, que también tiene momentos de montaje algo más dinámicos. Una producción curiosa, que se ve con mucho agrado, que nunca aburre y que te contagia esa bonhomía y esperanza mientras dura el metraje. Pero, sobre todo, lo que me agrada es encontrar historias insólitas de esta etapa tan insondable como es la silente.
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